Siendo niña tenía una manta colorida, era mi manta mágica.

Subida en mi manta la magia surgía, disfrutando de todo lo que atraía, sin expectativa, jugando y riendo que era mi forma de dar gracias a la vida.

En algún momento, alguien empezó a juzgar esa manta colorida, a burlarse de su magia, de sus colores y hasta de su forma. 

Y yo recibiendo con dolor esos juicios empecé a sentir vergüenza de mi querida manta. Vergüenza porque el enfado estaba castigado.

Yo, en mi soledad, miraba mi manta y empecé a esconderla para que nadie más la juzgara. Ahí quedó olvidada mi magia, en ese cajón, que  de tanto en tanto abría, viendo con dolor como se perdía el color de no usarla.

Mientras yo vivía sin magia , en el hechizo de comprar los juicios de otros.

Pasados unos años, un día abrí el cajón y allí estaba ella, esperando. Pase todo el día con ella viviendo su magia, riendo, jugando. Sus colores empezaron a brillar y algo en mi se encendió. Comprendí que mi manta era mía, única, y bella. Y que que a partir de ese día iba a utilizar con alegría a mí querida manta. 

Donde estaba el hechizo surgió la magia  con uVe de vida y todo empezó a fluir.

Hoy jugamos a llevar un pañuelo que represente la manta, cuando nos escuchemos un auto juicio tocamos nuestra manta y nos decimos algo bello.

  ¿Juegas conmigo?

He preparado un post en Instagram para abrir la conversación.
Te invito a compartir allí tu opinión, tu experiencia o tu visión.
Porque cuando reflexionamos juntos, el camino hacia el bienestar se hace más ligero y luminoso.

Y si se hace desde el juego y la diversión, la victoria está servida.

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